20 de enero de 2009

Vuelvo, aunque no sé por cuanto tiempo...

...por nada en especial, simplemente porque hace falta cierto tesón para mantener esto vivo y, claro está, ideas para escribir algo que valga la pena leer.

Han pasado casi tres años desde la última vez que escribí algo y, lamentablemente (o afortunadamente), mi vida sigue siendo la misma (es lo que suele pasarnos a todos: una vez "establecidos" la vida se "monotoniza"). Es verdad que he hecho algún que otro viaje (viajar y la lectura son los dos únicos vicios que me permito... bueno, e ir al cine... también salir al campo a andar... montar en bici... ¡caramba, bastantes cosas!) pero en general la vida se arrastra lenta y monótonamente.

Aunque no tan lentamente, ya que parece que ocurrieron ayer mismo un montón de cosas de hace un montón de tiempo, como el incendio del Windsor, los atentados del 11M y los del 11S, el cambio de siglo (el 31 de diciembre del 2000, ¿eh?), las Olimpiadas de Barcelona, la Expo de Sevilla, el mundial de fútbol (y eso fue nada menos que en 1982, pero yo aún tengo pesadillas con Naranjito), la victoria de Obama... ¡Ah, no, eso ha sido el otro día! Es que parece que fue hace mucho tiempo, porque se han publicado artículos y comentarios como para llenar los periódicos de varios años.

Y no es para menos: ¡un negro en la Casa Blanca! Si George Washington levantara la cabeza, y no estuviera muerto desde ha
ce más de trescientos años, se moría del susto. Porque no olvidemos que Washington tenía esclavos, como todos los americanos ricos -y los no tan ricos- de su época. ¿Que si él era rico? Pues lo suficiente como para rechazar el sueldo anual de 25.000 $ que, si al cambio actual es una pasta (algo más de 19.000 €, unos 3.200.000 Pts) en aquel tiempo era un pastón.

Lo que nos lleva a los motivos para meterse en política. Habitualmente se piensa (o eso pretenden los políticos que pensemos) que es por un afán de servir a la comunidad y alcanzar una sociedad más justa (o más injusta, según de que partido se sea). Esto es indudable en casos como el de Washington, en el que se rechaza la remuneración correspondiente al cargo, pero a los demás la honradez y el espíritu de sacrificio sólo se les supone (como el valor en la mili). Y no es que yo pretenda que los políticos no cobren, válgame Dios: eso nos pondría en manos de una oligarquía y para eso no hubiera hecho falta la revolución francesa; no, yo me conformaría con que tantos de ellos no se llenasen los bolsillos con comisiones y chanchullos.

Y es que nunca he entendido muy bien ese afán de gobernar, porque debe de ser uno de los trabajos más ingratos que hay, y el que crea que es una sinecura se equivoca... aunque es cierto que muchos políticos no hacen nada más que pasar el tiempo (poco) en el Congreso esperando el momento de apretar un botón para votar, generalmente no lo que se piensa, sino lo que manda el partido.

Y así llegamos al tema de la representación parlamentaria. ¿De verdad es necesario gastarse un pastón en los sueldos de los Diputados para que luego no sirvan más que para apretar un botón? Sería más sencillo, y sobre todo más barato, que sólo hubiera un fulano de cada partido que, al votar, votara por todos los escaños obtenidos en las elecciones. El resultado sería exactamente el mismo a efectos prácticos, y mucho más beneficioso para el país a efectos económicos. Porque antiguamente los representantes lo eran de verdad, es decir, estaban sujetos al mandato de sus representados, sin que yo pretenda que ese modelo sea mejor que el moderno (creo que no lo es). Es más, el mandato representativo (el moderno, defendido en Francia por los liberales frente a los estamentos conservadores) triunfa sobre el mandato imperativo con sólidos argumentos. Sieyès dice, en 1789: El diputado lo es de la nación entera: todos los diputados son sus comitentes [...] no querréis que un diputado de todos los ciudadanos del reino se haga eco del voto de los habitantes de una municipalidad contra la voluntad de la nación entera. Pero claro, no creo que Sieyès estuviera pensando en una Asamblea en la que los diputados votaran lo que mandara el partido, sino que votaran, en conciencia, lo que consideraran mejor para toda la nación, olvidándose de los intereses particulares de sus votantes. No hay más que leer lo que dijo Condorcet, defendiendo lo mismo en 1791: Como mandatario del pueblo haré lo que crea más conforme a sus intereses. Me ha enviado para exponer mis ideas, no las suyas; el primero de mis deberes para con él es la independencia absoluta de mis opiniones, y no creo que al hablar de sus opiniones se estuviera refiriendo a las de su partido. Porque si la idea fuera votar lo que ordenara el partido no tendrían sentido los argumentos de Mirabeau a favor del mandato representativo: Si estamos vinculados por nuestras instrucciones no tenemos más que dejar los cuadernos sobre la mesa y volvernos a casa. Eso es exactamente lo que podrían hacer nuestros diputados actuales, con la ventaja de que no tendrían siquiera que dejar cuaderno alguno sobre la mesa: bastaría con que dejaran pulsado el botón que les ordenaran.

Me estoy dando cuenta de lo deslavazado, inconexo y caótico que está resultando este escrito, así que lo dejo antes de aburriros un poco más. Espero ser más ameno en las (posibles) sucesivas entregas.